miércoles, 12 de enero de 2011

Primero de Enero de 1959: Luminosamente surge la mañana


Por Leonel Nodal
Fidel Castro y Camilo Cienfuegos el Primero de Enero de 1959.
Cada cubano que vivió las emotivas horas que siguieron al anuncio del derrocamiento de la dictadura militar abatida por la revolución popular comandada por Fidel Castro guarda un recuerdo imborrable de ese día, pero todos conservan en la memoria aquel primer verso inolvidable de la Marcha Triunfal del Ejército Rebelde deJesús Orta Ruiz, el Indio Naborí.

En la propia noche del 1º de Enero de 1959, cuando salió al aire en el canal 6 de la televisión su programa estelar Jueves de Partagás, el entonces famoso y muy popular actor Eduardo Egea, quien hasta entonces debió mantener en secreto su simpatía por los rebeldes de la Sierra Maestra, estremeció a la audiencia nacional con la lectura de un poema recién llegado a sus manos.

Yo había estado atento a las noticias que desde las primeras horas de ese día daban cuenta de la fuga del tirano, el retorno de la libertad, y mientras la emoción me invadía fueron saliendo los versos, cuenta el laureado poeta Indio Naborí, 45 años después de aquella jornada que cambió de manera radical la vida de la Isla.

Por la tarde me fui hasta la sede de la CMQ, donde solía participar en algunos programas y allí me encontré con Egea, un artista muy patriota, y le conté que había escrito un poema dedicado al triunfo de la Revolución. De inmediato me dijo: dámelo acá, que esta noche lo recito en mi programa.

Quizá ni el propio Naborí, ni su entusiasta intérprete, ni mucho menos los dueños de la conservadora CMQ, pudieron apreciar en ese momento la trascendencia histórica que alcanzaría con el paso del tiempo aquella Marcha Triunfal del Ejército Rebelde.

Pronto se convirtió en una especie de nuevo himno, un canto de victoria, de esperanza, que se hizo popular, y era repetido por escolares y adultos, jóvenes entusiastas, hasta alcanzar su extensión definitiva en el acto realizado el 8 de enero, cuando por primera vez Fidel Castro se dirigía a los cubanos de la capital y de todo el país desde uno de los balcones del antiguo Palacio Presidencial.

Las calles habaneras se engalanaban con la bandera nacional, y de inmediato aparecieron los carteles en los que sobre las franjas roja y negra de la insignia del Movimiento Revolucionario 26 de julio, anónimos simpatizantes escribieron "Gracias Fidel", una consigna que se extendió por puertas y ventanas, en señal de júbilo por el triunfo de una insurrección frente a una de las dictaduras más sanguinarias de América Latina.

Tras la entrada en La Habana de los comandantes Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos, a medida que la columna del Ejército Rebelde encabezada por Fidel avanzaba por la Isla, completé el poema hasta su versión definitiva, cuenta Naborí.

Es, sin duda, el primer poema escrito recién anunciado el triunfo de la lucha liberadora encabezada por Fidel, subraya la estudiosa de su obra, María Eugenia Azcuy.

Si es cierto que su ritmo dactílico amétrico de base trisílaba recuerda el ritmo de la Marcha de Rubén Darío, no es menos cierto que no pocos elementos la diferencian de ella, agrega.

Por ejemplo, la carga de subjetividad, la calidez vivencial y ciertos recursos trovadorescos propios del poema y la canción de las multitudes. Los trovadores mozárabes solían marcar en sus zéjeles la frase o rima consabida que indicara el momento en que el público oyente debía sumarse, formando un gran coro, a la voz del cantor.

Fue ese recurso poético el que transformó en un gigantesco coro de un millón de voces a la masa de cubanos que aquel 8 de enero se reunió frente al Palacio Presidencial para escuchar al recién descubierto líder de una nación que comenzaba a andar con paso firme por su verdadera e irrenunciable independencia.

En los meses y años que siguieron, en cada acto patriótico o conmemoración relevante, una voz de mujer también nueva para el gran auditorio nacional, repleta de dignidad, libre de efectos grandilocuentes, serena, vibrante, la actriz y declamadora Alicia Fernán, con su gallardo porte de juvenil miliciana, formaría un dúo inseparable con el Indio Naborí.

Lo conocí en un acto realizado en el Sindicato de Torcedores (los hombres que dan forma a los famosos habanos con sus manos) y luego de escuchar mi actuación se acercó a mí y me dijo que él deseaba que yo recitara un poema suyo titulado “Carta de una madre rica”, que se estrenó en el programa televisivo Festival del Jueves.

Actriz graduada en 1952 y locutora exclusiva de una firma jabonera a partir de 1956, Alicia Fernán alcanzó la mayor notoriedad con su personalísima interpretación de la Marcha triunfal del Ejército Rebelde, grabada por primera vez en un disco de la entonces recién creada Imprenta Nacional que dirigía el escritor Alejo Carpentier, con el acompañamiento del Grupo de guitarras y laúdes de Eduardo Saborit.

Un cronista de la época sintetizó su imagen en una corta oración: su voz es una bandera sonora de la Revolución, abierta a los cuatro vientos de la Isla.

Al cabo de 45 años, Alicia y Naborí, amigos entrañables, marchan juntos a pesar del tiempo. Quienes los descubrieron en sus primeras apariciones públicas de aquellos tiempos fundacionales y admiraron su entrega, disfrutan la suerte de seguirlos teniendo a su lado, como en aquellos días de júbilo que se renuevan con cada 1º de enero.

Marcha Triunfal del Ejército Rebelde
¡Primero de Enero!
Luminosamente surge la mañana.
¡Las sombras se han ido! Fulgura el lucero
de la redimida bandera cubana.
El aire se llena de alegres clamores.
Se cruzan las almas saludos y besos,
y en todas las tumbas de nobles caídos
revientan las flores y cantan los huesos.
Pasa un jubiloso ciclón de banderas
y de brazaletes de azabache y grana.
Mueve el entusiasmo balcones y aceras,
grita desde el marco de cada ventana.
A la luz del día se abren las prisiones
y se abren los brazos: se abre la alegría
como rosa roja en los corazones
de madres enfermas de melancolía:
Jóvenes barbudos, rebeldes diamantes
con trajes olivo bajan de las lomas,
y por su dulzura los héroes triunfantes
parecen armadas y bravas palomas.
Vienen vencedores del hambre, la bala y el frío
por el ojo alerta del campesinado
y el amparo abierto de cada bohío.
Vienen con un triunfo de fusil y arado.
Vienen con sonrisa de hermano y amigo.
Vienen con fragancia de vida rural.
Vienen con las armas que al ciego enemigo
quitó el ideal.
Vienen con el ansia del pueblo encendido.
Vienen con el aire y el amanecer
y, sencillamente, como el que ha cumplido
un simple deber.
No importa el insecto, no importa la espina,
la sed consolada con parra del monte,
el viento, la lluvia, la mano asesina
siempre amenazando en el horizonte.
¡Sólo importa Cuba! Sólo importa el sueño
de cambiar la suerte.
¡Oh, nuevo soldado que no arruga el ceño
ni viene asombrado de tutear la muerte!
Los niños lo miran pasar aguerrido
y piensan, crecidos por la admiración,
que ven a un rey mago, rejuvenecido,
y con cinco días de anticipación.
Pasa fulgurante Camilo Cienfuegos.
Alumbran su rostro cien fuegos de gloria.
Pasan capitanes, curtidos labriegos
que vienen de arar en la Historia.
Pasan las marianas sin otras coronas
que sus sacrificios: cubanas marciales,
gardenias que un día se hicieron leonas
al beso de doña Mariana Grajales.
Con los invasores, pasa el Che Guevara,
Alma de los Andes que trepó el Turquino,
San Martín quemante sobre Santa Clara,
Maceo del Plata, Gómez argentino.
Ya entre los mambises del bravío Oriente,
Sobre un mar de pueblo, resplandece un astro:
ya vemos... ya vemos la cálida frente,
el brazo pujante, la dulce sonrisa de Castro.
Lo siguen radiantes Almeida y Raúl,
Y aplauden el paso del Héroe ciudades quemadas,
Ciudades heridas, que serán curadas,
y tendrán un cielo sereno y azul.
¡Fidel, fidelísimo retoño martiano,
asombro de América, titán de la hazaña,
que desde las cumbres quemó las espinas del llano,
y ahora riega orquídeas, flores de montaña.
Y esto que las hieles se volvieran miel,
se llama...
¡Fidel!
Y esto que la ortiga se hiciera clavel,
se llama...
¡Fidel!
Y esto que mi Patria no sea un sombrío cuartel,
se llama...
¡Fidel!
y esto que la bestia fuera derrotada por el bien del hombre,
y esto, esto que la sombra se volviera luz,
esto tiene un nombre, sólo tiene un nombre...
¡Fidel Castro Ruz!

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